Todo era confuso.
Flotaba, aunque no conociera la palabra; sin saber sus nombres, movía las piernas y los brazos.
El instinto hacía que se chupara el dedo de la mano izquierda y lo rodeaba una penumbra líquida que no podía ver.
De pronto el todo se confundió aún más: rítmicamente, algo lo impulsaba.
Hubo una claridad, que después conocería como luz, porque había llegado aunque no lo sabía; con el aire llenando sus pulmones, gritó.
Empezaba gritando y viviría gritando para irse en silencio.
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