Mi primera intención sobre los acontecimientos políticos locales, fue escribir sobre ello; creí que mejor era esperar un poco para mirar más ampliamente el panorama y no actuar como el relator que tiñe su crónica con opiniones.
Entiendo la urgencia que vi en ciertos reporteros de televisión por obtener inmediatamente datos que pudieran ser primicia, porque ese es su trabajo y se desgañitan por hacerlo aunque a veces parece que no se dieran cuenta de que no obtendrán respuestas porque todavía no las hay.
También me resulta corriente que si a un “personaje” (nótense las comillas y la letra cursiva, por favor) se le pregunta algo, este no quiera parecer poco enterado y dé su opinión aunque esté absolutamente en babia y posiblemente su manifestación sea una repetición de la repetidera.
Creo que la situación política en el Perú es lo bastante grave para opinar sin ton ni son, hablar por hacerlo y contribuir a un caos que debería a toda costa evitarse, porque a buenas o malas actuaciones, poses desafiantes, insultos y palabras soeces debe enfrentarse una reflexión que implique ese compás de espera necesario.
Lo digo, no porque mi opinión importe a nadie, sino por la sencilla razón de que aprendí que los impromptus no llevan a nada, sino a enredarse uno mismo.
No hay que llorar ni clamar por la leche derramada si la vaca todavía no ha nacido.
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