Los cuerpos estaban tirados, inertes, brillando al sol que pegaba fuerte por la hora.
Nada parecía moverse en el calor y el agua, perezosa, iba y venía lamiendo y mojando la orilla una y otra vez.
De pronto, en un cielo sin nubes, un pájaro aventuró el vuelo cruzando hasta perderse lejos.
Uno de los cuerpos se movió algo y después, arrodillándose, el veraneante se levantó para caminar hacia el mar.
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