Este post no tiene nada que ver con esa gran novela de Ernesto Sabato (sí, sin acento en la primera “a”) de la que me presto el título, ni tampoco es una victimización; es solamente que desde hace tiempo vivo viendo como si estuviera permanentemente en uno.
Se ríen de mí cuando digo que no veo bien y sin embargo señalo algo muy pequeño que está en el piso, como un clip, por ejemplo; hacen bromas: “Dice que no ve nada bien y sin embargo… ¡mírenlo, como sería si viera…!”.
Claro, es difícil para quien no la sufre, tener la llamada “visión de túnel”, es decir, tener restringido el campo visual y mirar como si uno lo hiciese por un agujero: un túnel, precisamente, porque no hay visión periférica.
Lo que pasa es que “enfoco” al frente y si tengo fijos los ojos, veo a donde apuntan, pero no arriba, abajo o a los costados; si los muevo, desenfoco y tengo que esperar a que la nueva imagen se recomponga. Soy miope desde los 7 años y los dos infartos cerebrales que siguieron al primero (que me dejó ciego total por cuatro meses, más o menos y del que me recuperé –mal- poco a poco) disminuyeron aún más mi capacidad de visión.
Cuando me ven con anteojos, creen que los uso para mejorar este problema, pero en realidad me ayudan en algo con la miopía y explico a veces que no es cosa de los ojos, sino del cerebro; es el centro de la visión allí el que sufrió la pérdida (dicen que total) de neuronas por el accidente cerebro-vascular (ACV) y que la plasticidad de ése órgano maravilloso, que valoramos tan poco y que en realidad nos hace “ser”, restituyó en algo.
Cuando estudié anatomía en el colegio, me dijeron que las neuronas eran las únicas células que NO se recuperaban; sin embargo soy la prueba viviente (como otras muchas, estoy convencido) de lo contrario. En el primer examen -luego del ACV primigenio- al que me sometieron, mi zona occipital del cerebro, aparecía negra: sin neuronas. Claro, no veía absolutamente nada.
Pero contra lo que me habían dicho (y que yo no sabía) mi organismo fue recomponiéndose y en el cerebro “otras” neuronas, tomaron el trabajo que antes hacían las que murieron: comencé a ver. Primero luces y sombras, después esta visión de túnel, pero con la “borrosidad” del que es miope.
Sí, veo, pero mal. Lo que sucede, suelo decir, es que esas neuronas no son las especializadas originales y además… ¡son peruanas!, o sea que veo… mal. Pero ¡veo!
Por eso cuando me hacen bromas sobre esto y lo “bien” que veo, me río y pienso que es muy difícil de entender algo si uno no pasa por la experiencia. Bien dice el refrán que “nadie experimenta en cabeza ajena”… ; yo solamente agregaría un ¡NADIE! grande, para que se vea bien.
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