El día había estado apacible y en el pueblo se dormía la siesta.
El calor del verano hacía que hasta las moscas descansaran quietas sobre los protectores de malla verde que cubrían las ventanas y salvo las noticias de lugares lejanos nada hacía pensar que a las cinco de la tarde no se reanudaría la actividad cotidiana y las mecedoras saldrían al frente de las casas para que el fresco del atardecer animara las conversaciones.
Lo último que llegaron a oír los que estaban despiertos a esa hora, fue algo como un gran trueno y no escucharon más porque la explosión de la bomba absorbió el sonido e hizo que por una fracción de segundo hubiese un punto luminoso en el universo.
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