Sucedió lo que nadie se imaginaba: el telescopio del que se decía era el más potente del mundo fue parcialmente destruido por una explosión.
Desconcertada, la opinión pública en el planeta tejió mil y una conjeturas, entre ellas atribuir a un grupo terrorista radical el hecho, perpetrado para indicar su poderío, pero no reivindicaron el ataque.
Todos estaban lejos de la realidad porque la bomba fue colocada y detonada por un hombre al que le parecía inútil y peligroso saber qué sucedía más allá de las fronteras de la Tierra: era uno de los que limpiaban los baños de las instalaciones y nunca lo descubrieron.
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