Tenía dos ojos en la cara, pero no veía; había nacido ciego y no hubo nada que hacer.
La oscuridad era su entorno y su interior; como nunca había visto, no tenía imágenes almacenadas en el cerebro.
Un día, pasados ya cincuenta años, murió.
No llegó a ver la luz, que dicen que se ve al fallecer, porque nunca la había conocido. De la luz sólo sabía por el calor y en ese momento hacía mucho frío.
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