Les estaban enseñando a disparar.
“Rastrillas, apuntas y jalas el gatillo suavecito…”.
Rastrilló, apuntó a las latas y jaló el gatillo de un tirón: no sucedió nada. “Se trabó; con cuidado, rastrilla de nuevo…”
Con miedo jaló hacia atrás con la mano izquierda y sonó una explosión que lo asustó, la pistola brincó en su mano y la soltó. A pocos pasos el “Gato” se agarraba la barriga y entre los dedos empezaba a salir sangre. Gritó y quiso ir hacia él, mientras veía como se retorcía. “¡Déjalo, so cojudo…!; un tiro en la barriga no tiene solución…; haz que no sufra…” dijo el causa y le tendió otra pistola, señalándole la cabeza del “Gato”. “Así te sirve de práctica y tienes tu primer trabajo hecho…” Miró la pistola en su mano y a su amigo en el suelo. Agarró el arma con las dos se la apoyó en la cabeza, cerró los ojos y jaló despacito del gatillo. Sonó un tiro y la cabeza del “Gato” explotó.
¿Cómo explicarle a doña Hercilia que su hijo había muerto y de un balazo, cuando se suponía que estaban jugando fútbol? A los catorce años, no se tiene respuesta y menos si uno ha matado a su amigo.
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