Si el avión parte y llegaste al aeropuerto tarde porque “se te pegaron las sábanas”, no viajas. Si llegas tarde a clase, hay lugares donde no te dejan entrar. El “Día de la Madre” es el segundo domingo de mayo y aunque lo quieras firmemente no es el tercero. Todo tiene su tiempo y su oportunidad.
En el gobierno peruano, calculo que se creyó que con el retraso de la fabricación de los pasaportes biométricos, condición sine qua non para obtener la visa Schengen, no iba a pasar nada: ¡Dios es peruano y el manto de la Virgen bicolor! Así nos fue. Ahora, cuando los hermanos colombianos pueden entrar a Europa sin mayor restricción y celebran apagando las velas de cumpleaños de su torta, nosotros prendemos velas para que algo que ya debió suceder, pase.
Llegar tarde parece ser el deporte nacional y solemos quejarnos de la puntualidad de otros: “¡Siempre llegan temprano; seguro que no tienen nada qué hacer!” Y nosotros nos retrasamos, para después, a las carreras, le echarle la culpa al tránsito, a la pila del despertador, a las colas y en general al orden. “Otros” tienen la culpa; no nosotros. No hemos aprendido que “el que se fue a Barranco, pierde su banco”. No hemos aprendido nada y por eso estamos como estamos. Por ser como somos. Porque lo más probable es que lleguemos tarde a nuestro propio entierro.
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