De niño me gustaba abrirles la barriga a las muñecas de mi hermana y sacarles el relleno, imaginando que era un doctor y que las operaba, para la furia de mi madre y el horror de la dueña de las intervenidas. Luego, ya más grande, una vez me atreví a hacerlo en un basural, con un gato muerto que estaba tirado ahí. La hoja de afeitar que usé, dejó escapar del vientre tenso un olor nauseabundo, mucho peor que todo lo que había olido hasta entonces.
Creí que mi vocación era ser médico, por lo que me atraía el descubrir lo que se ocultaba en el interior. Hasta que un día vi una pelea callejera y como uno de los contrincantes le metía un cuchillo en la parte del estómago al otro. Entonces el acuchillado se cogió el vientre y la sangre brotó entre sus dedos, mientras caía de rodillas. Corrí para huir del lugar y me encontré emparejado con el acuchillador, que se detuvo y me enfrentó con el cuchillo todavía ensangrentado. Me paralicé y le dije que solo quería hablarle, que no se me ocurriría contarle a nadie lo que había pasado. Me miró y preguntó: “¿Tienes un pañuelo?”. Cuando lo saqué, asintiendo, me tendió el cuchillo: “¡Límpialo!”. Lo tomé con cuidado y pasé la tela sobre la hoja varias veces. Al devolvérselo, negó con la cabeza: “¡Quédatelo!”, me dijo; volteó y se fue.
Lo vi alejarse por la calle mientras tenía en mi mano el cuchillo. Lo guardé en el bolsillo trasero del pantalón y cuidé que el mango no sobresaliera.
Desde que obtuve el cuchillo y vi sangre, supe que no necesitaba ser médico para descubrir lo que había en el interior de los cuerpos. Me basta con encontrar a alguien en una calle solitaria y oscura, pedirle un fósforo para encender mi cigarrillo y cuando se accede y me inclino para que acerque la llama, aprovecho para clavarle el cuchillo varias veces. Sale sangre, hay un leve forcejeo y después cae y le abro rápido la barriga. Lo malo es que las experiencias me indican, hasta ahora, que por dentro todos son iguales.
Voy a seguir probando esta noche.
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