Se le ha dado en llamar así a los candidatos “de siempre”, a los que en su afán de figurar en “política” tratan de estar siempre en el candelero, aunque a veces se chamusquen.
Son los que tentarán la presidencia y sus parlamentos son bien conocidos; no dirán nada nuevo y si algo lo parece, bien mirado, se nota el maquillaje. No dirán nada nuevo porque en verdad no lo tienen.
Escucharemos, como otras veces, argumentos que huelen a naftalina y propuestas a las que el reciclaje no las hace más útiles y atractivas.
Asistiremos a una función mil veces vista, con los furcios (término de teatro que significa error) de siempre, los olvidos y el paporreteo. Veremos en marquesinas luminosas, sonrisas destellantes y nos bombardearán con toda la publicidad posible contándonos lo buenos que son, lo bien que lo harán y los que ya lo hicieron (sin importar el cómo) clamarán experiencia.
Además de ese elenco permanente, habrá algunos novatos que intentarán balbuceos y confiarán en el favor del público, aunque sus papeles sean pequeños y fugaces.
Va a empezar la función y la “troupe” se prepara. Cada uno, sin embargo, es un divo; se cree una estrella y tratará de opacar a los otros.
Buscarán cosechar el aplauso del respetable. Si hay suerte, alguno además de ganarse los vítores, engordará la billetera; eso sería el máximo, sobre todo porque podrá retribuir a la claque.
La función va a empezar, pero el teatro está medio vacío. Es que el público no va a ver lo que vio tantas veces.
Debe estar conectado para enviar un comentario.