En el tiempo en que tuve serias dificultades con Internet y no pude navegar, ni comunicarme electrónicamente de modo adecuado, descubrí que el día se alargaba y recordé que cuando era chico los días eran interminables. Me hallé de pronto, con que tenía menos por hacer (es un decir, claro) y que el tiempo, esa categoría que nos hemos empeñado en dividir, subdividir y cuantificar, que alimenta a fabricantes de relojes, calendarios y todo lo que sirva para medirlo, estaba realmente a mi disposición. Que cumpliendo ciertas tareas básicas, existe para mí, la posibilidad de leer, escribir, escuchar música, conversar o simplemente no hacer nada que no sea pensar. Es un poco tonto, seguro, lo que aquí manifiesto, porque el ser humano debe haber transitado por este camino infinitas veces; sin embargo, decirlo, detallarlo y escribir sobre ello, hace que me sienta como un descubridor. Un descubridor que narra sus hallazgos, no sé si maravillado o incrédulo.
Hay quienes matan el tiempo, lo atesoran, lo economizan, lo echan de menos o lo malgastan. Ahora SÉ que tengo tiempo y lo vengo usando como el niño usa un juguete nuevo. Hago mucho de lo que dejé de hacer o hice mal. Por eso el título de este post es engañoso y se refiere en realidad, a que mis prioridades cambiaron; mis afanes demostraron en muchos casos ser vanos y parece que tengo una cierta mirada distinta de las cosas.
Ahora que desaparecieron las dificultades “internáuticas”, no va a cambiar esta “nueva” manera de tomarlo todo; tal vez las urgencias no sean tan urgentes y todo siga tan relajado como ahora. Diría, que “no hay mal que por bien no venga”. El tema es decidir cuál es cual.
Debe estar conectado para enviar un comentario.