NOVEDADES


 

 

NOVEDADES

A la gata, que se esconde debajo de la cama le parece aterradora la experiencia. Nada conocido. Ni un olor familiar, salvo el de ese mueble bajo el cual se ha refugiado.

Definitivamente los problemas empezaron cuando antes desarmaron esa misma cama y tuvo que buscar el amparo del filo del espaldar de un sillón y ocultarse tras la cortina. Se llevaron el comedor y las sillas contra cuyas patas se frotaba, las cómodas sillas donde dormía la siesta…

Se lo llevaron todo y por el momento se sentía asustada, pero segura de ser invisible, sin saber que su sombra se veía tras la cortina y el bulto quieto que era, se notaba.

De pronto la cogieron y acariciándola, la envolvieron en una tela. Los olores eran confusos y un momento más tarde estaba en el regazo de alguien. Todo estaba bastante oscuro y maullaba de miedo. Bajito, por el problema de las cuerdas vocales; primero seguido y luego espaciadamente, tratando de adivinar. Oía tres voces conocidas y una que nunca había escuchado.

Hubo una pausa y la volvieron a cargar. Después de unos instantes, la soltaron en una zona totalmente desconocida. Pudo ver que era un sitio donde lo único familiar eran su plato de agua y el de comida, así como su caja de arena…: ¡su baño!

Nada más había; ni un mueble donde subirse siquiera.

… … … … … … …

… … … … … … …

Unos hombres  fueron entrando cosas. Cajas y más cajas. Algunas conocidas, porque las había inspeccionado antes en el otro sitio; antes que la trajeran aquí. Se escondió cómo y donde pudo.

Finalmente armaron la cama y le pusieron encima eso que llaman colchón. Corrió a meterse debajo: un espacio donde estaba a salvo de las miradas y el alcance de la gente.

Allí se quedaría hasta que le pareciera que había pasado todo y se sintiese segura.

Rodó el tiempo y no tenía hambre, sed o ganas de ir al baño; no hasta que esto se normalizara. Igual que lo que había pasado antes, sólo que entonces tenía sus amados sillones.

Mudanza, le llamaban. Para ella era un empezar de nuevo, confiando que las cosas salieran bien y que las personas la recordaran oculta.

Al final se fue haciendo el silencio, roto tan solo por las voces de Alicia y Manolo (así se decían entre ellos). Una eternidad después, se animó a salir cautelosamente de debajo de la cama. El piso era raro, cuando caminaba: como suave, como de la tela de los cojines o las sillas, pero más. Inspeccionó con miedo y llegó hasta donde estaban sus platos y su baño. En algunas partes el piso era duro, como los del primer sitio; sabía que si corría por allí, sus uñas harían ruido y parecería lo que Alicia y Manolo llaman caballos. Los había escuchado decirlo, porque nunca vio uno.

El día había sido largo y lleno de sensaciones, de texturas y olores nuevos; de otros colores. Cuando le dio sueño, encontró que su manta estaba como siempre, en la parte final de la cama, lo que ellos llaman pie y que ellos tienen, porque ella tiene patas: cuatro.

Le costó dormirse y esperó que le rascaran detrás de las orejas. Solo entonces supo que todo era como antes, como siempre. Como había sido desde que se acordaba.

Cuando quisiera iría a comer y a tomar agua. Iría hasta su caja de arena-baño y taparía sus necesidades echándoles la arena, concienzudamente, con las patas.

Se fue durmiendo y poco a poco entró en el terreno conocido del sueño. Donde están esos sueños extraños y privados que Alicia y Manolo no entienden; ni lo harán, por más que se esfuercen.

Mañana sería otro día; esperemos que de gatos.

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