El patio de la hacienda en el Cuzco tenía el piso de losas de piedra. Marta, la segunda hija, estaba chica y una tarde, en un rincón del patio, encontró un frasco pequeño de arcilla, que tenía la en la boca un tapón recubierto con hojas y que estaba amarrado muy fuerte.
Curioseó el frasco y al sacudirlo, le pareció que contenía líquido. Trató de abrirlo, pero no pudo. Estuvo un rato más manoseando e intentando ver si de alguna manera podía quitar la tapa pero fue imposible; de pronto, el frasco se cayó, rompiéndose sobre el piso de piedra y alrededor se expandió un líquido oscuro.
Marta, asustada, entró en la casa y no contó lo que había pasado. Cayó la noche, amaneció y muy temprano, Marta salió al patio para limpiar lo que había causado; al llegar al lugar donde estaba el frasco roto, vio que no había líquido y que la piedra que recubría el suelo había desaparecido, formando como si fuera un charco de vacío, alrededor del frasco roto.
Echó intrigada los trozos a la basura y no mencionó nada.
Mucho tiempo después, se lo contó a mi primo Quico y este me lo contó a mí. Habría sucedido hacia 1912.
Debe estar conectado para enviar un comentario.