Eran como de vidrio, transparentes y flotaban ingrávidos.
Producían luz suave de diferentes tonos y aparecían de pronto. No sucedía cuando estaba dormido, o sea que no eran sueños. Los sucesivos médicos dijeron que eran alucinaciones y le dieron pastillas y remedios. Nada los alejó o desapareció. Entonces decidieron llevarlo a un sanatorio para enfermos mentales y observarlo. Lo ataron con correas a una cama para que no saliera a conversar con ellos que seguían viniendo a visitarlo. Esto fue al principio, hasta que se cansaron allí en el hospital para locos, porque las visitas invisibles continuaron.
No era un caso muy raro, pero la persistencia de sus visiones etéreas preocupaba, aunque por lo demás fuera normal. Comía, defecaba, orinaba y dormía. Nunca dijo que se sintiera mal. No lo dijo porque no hablaba con nadie, salvo con las presencias que acudían inopinadamente.
No se metió con nadie; hablaba a ratos, aparentemente solo y un día desapareció.
Lo buscaron por cuartos y jardines, pero no lo encontraron.
No lo encontraron nunca y solo otro paciente contó, después de mucho tiempo, que vinieron unos seres de luz, de diversos colores que se fueron con él.
Al hombre que los había visto, lo amarraron con correas a la cama y le pusieron unas inyecciones para que confesara la verdad. Murió.
Mientras, en otra dimensión, unos seres de luz recibían asombrados su alma.
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