En la playa todo estaba tranquilo y esa tarde el mar, calmo como una taza de agua, deshacía sus olas en la arena; mientras tanto en el cielo las gaviotas, chillando, volaban persiguiéndose en un intento vano por estirar el tiempo y el sol había empezado su labor cotidiana de ocultarse detrás del horizonte.
De pronto se hizo un silencio extraño, raro; no se oía más el murmullo suave de las aguas, los chillidos ni el batir de las alas. El sol se fue poniendo rojo, y todo se hizo oscuro.
El rugido profundo y que crecía fue llenando el espacio y cambiando el silencio por un atronador sonido. Grandes gotas cayeron formaron una pared violenta que unió el cielo y la tierra. Desde la oscuridad, ramalazos brillantes iluminaron por instantes a la ola monstruosa que venía imparable. Tembló y el rugido del mar se confundió en un caos horrísono. La luz fue cegadora, el mar hirvió y desapareció en una nube de vapor; en un instante todo había terminado mientras en el espacio se apagaba una estrella.
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