AUTOBOMBO


CON ANDRÉS ROMERO IPP 30 AÑOS 27.6.2015. - copiaLo hago muy pocas veces, pero esta, me perdonarán, pero se me sale la felicidad por las costuras. Es una fotografía que grafica el cariño cosechado a lo largo de 30 años y me demuestra que estuve en el camino correcto.

El Instituto Peruano de Publicidad (IPP), celebró su tradicional parrillada y como siempre, hace tres décadas, todo fue una fiesta. Dieron  un reconocimiento a algunos profesores y entre ellos, Andrés Romero, el hijo de Julio, mi gran amigo, que ya no está con nosotros y uno de los que me empujaron a enseñar (el otro fue Alfredo Goitre), me entregó uno a mí. Sorpresa y agradecimiento muy grandes, porque físicamente no he podido volver a mis clases desde hace cinco o seis años.

No sé si algún día podré regresar, pero siempre he sentido la tentación de hacerlo, aunque el cuerpo se niegue a acompañar mi voluntad.

Lo que importa es que pude estar allí gracias a Carmen Vera, amiga de los primeros días del IPP, que me llevó y me regresó a casa. No me podía perder ver tantos rostros conocidos, recordados y queridos. No me podía perder los abrazos cariñosos y el sentirme en familia.

Por eso escribo esto; porque sentí que el tiempo no había pasado para nada: el afecto está intacto y el buen humor también. Escribo, porque quiero que sepan que me siento feliz. Que el agradecimiento por estos treinta años, de los cuales fui partícipe activo en 25, es para todos los que hicieron posible que fuera profesor. Son tantos que la memoria no basta, pero quiero que sepan que llevo a cada uno aquí, en mi corazón.

GRUPO IPP 30 AÑOS 27.6.2015

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LA MÚSICA ME LA ENSEÑASTE TÚ


TONY CHIQUITA

Era un negado para la música y tú, pacientemente, me hacías escuchar a Beethoven Chopin, Rachmaninoff.  No te importaba que al principio me aburriera, porque sabías que poco a poco les tomaría el gusto. Matizaste después con zarzuelas, música más ligera, canciones y todo un repertorio que como sucedió con la lectura, me abrió el apetito y quise escuchar más. Me gustó mucho el jazz y compré discos y discos. Primero esos de 45 rpm, que tenían una canción por lado y luego los de 33 rpm que aseguraban escuchar sin tanto movimiento. Recuerdo la alegría cuando fuimos a ver una grabadora Sony, que tú y mi papy me obsequiaron. La compramos (es un decir, la pagaron ustedes) en Carsa de Galerías Boza (en el centro de Lima, el Jirón de la Unión). Era una maleta con dos parlantes que hacían de tapa, desmontables; dos micrófonos color crema y la maravilla de tener mi propia estereofonía. Pude escuchar, grabar, hacer experimentos. Recuerdo haber grabado de la televisión (el televisor era un Saba, también comprado a crédito en Carsa) en el año 67, el Festival de San Remo, completando las canciones que me faltó grabar, sacándolas de discos, editándolas con aplausos y todo. Estaba tan orgulloso de esa grabación, porque me tomó tiempo, mucho tiempo lograrla, pero quería demostrarte que sí había aprendido a gustar de la música. Tal vez nunca te dije esto hasta ahora, pero tantos años después quiero darte las gracias. No fui un alumno aprovechado, ni pude cantar bien o tocar instrumentos (una pena, seguro para ti que tocabas el piano y un poco la guitarra), pero aprendí a escuchar música. A viajar a lugres hermosos sin moverme siquiera.

Recuerdo el entusiasmo con que escuchábamos un disco nuevo o una grabación en cinta (había carretes y discos por todas partes en mi cuarto) y tú asentías con la sonrisa, pero sabía que en el fondo, considerabas superior a Beethoven. Cuando te llevé de regalo por tu santo una nueva versión de la 9ª sinfonía, me miraste en silencio y el beso que me diste, lo llevo fresco siempre en la frente.

Hoy, 26 de junio, es tu santo nuevamente y tendrías 114 años. Quisiera regalarte algo, pero sé que seguro estarás celebrando con Ludwig van Beethoven, Manuel Enrique, Lucho y Panchín. No puedo pensar en un mejor regalo que ese que ya tienes.

¿Sabes, Tony? Me enseñaste la música y ése sí fue el gran regalo que me hiciste tú a mí. ¡Gracias!, cualquier música me trae tu recuerdo.

LETRA MUERTA


LETRA MUERTA

Tenemos muchas leyes y muchas de esta son letra muerta. No se aplican y estamos como estamos.

Definitivamente no se trata de leyes. Tenemos cantidad y cada vez aumentan. Somos muy “leguleyos” y aplicamos el derecho según nuestra propia interpretación. Esto, cuando el derecho se aplica, porque las más veces es cancha libre y cada uno hace lo que quiere. Ni siquiera se puede decir que es la “ley de la selva”, porque esta por lo menos tiene un ordenamiento biológico.

En nuestro Perú pródigo en leyes y nulo en cumplimientos, unos piensan estar por encima de ellas y otros simplemente las ignoran o dicen que “mayormente desconocen”. Nadie tiene la responsabilidad de nada y menos la culpa. Cuando atrapan a alguien en flagrante delito, simplemente niega lo evidente, porque sabe que los agujeros legales y la venalidad de muchos funcionarios le aseguran pronta libertad… ¡para seguir delinquiendo!

Nos molesta formar colas y respetar el sitio; cuadramos nuestro autos en el espacio reservado para los discapacitados y nos enojamos si alguien nos llama la atención. Parece que son deportes populares atropellar y pegar a la policía y reclamamos porque no nos atienden primero. Creemos que el apellido es una patente de corso que funciona como paraguas frente al derecho de otros.

Somos de lo que no hay, pero envidiamos a los suizos. Alabamos la industriosidad japonesa y la calidad alemana, pero no nos ponemos a pensar en cómo conseguirlas.

¿Para qué se necesitan leyes si se vive tan bien de esta manera? ¿Para qué complicar las cosas si la vida es tan simple? Hecha la Ley, hecha la Trampa.

INTI RAYMI


SolI

Las manos levantaban el vaso de metal de color amarillo, como siempre por esa época, con el líquido que espumeaba porque se había dejado descansar. Era el ofrecimiento sagrado que hacían los hijos de esa luz maravillosa que venía del disco que recorría arriba hasta que desaparecía para dejar en el oscuro todo. Lo ofrecían a Inti, el padre, el bienhechor, el que calentaba la tierra; que a veces hacía arder las piedras y aseguraba que las plantas crecieran y dieran alimento.

Después, todo eran cantos y bailes en Su honor. Los colores vibraban en el aire y las voces se alzaban como humo ligero para llegar a donde Él estaba. La multitud que llenaba la cancha venía desde distintos puntos con el solo propósito de bailar, de cantar, de adorar, de poder ver el vaso de metal amarillo elevarse y asegurar que estaban bajo Su protección.

El tiempo empezaba de nuevo su viaje circular inmemorial pero ellos no sabían que llegaría un día en que otros hombres que adoraban a un dios que no veían, se llevarían el metal amarillo, los harían esclavos y dirían que la tierra era suya. No sabían y mientras tanto con cantos y colores y bailes, celebraban. La oscuridad inacabable vendría  para ser la más negra de todas. Llegarían extraños para romper el círculo del tiempo.

EL RATÓN


Super Raton

Era su primer diente.

El primer diente que se le caía. Le habían dicho que si lo escondía, el RATÓN (así con mayúsculas) se lo cambiaría por una moneda nueva y brillante.

Ese mediodía buscó lo que le pareció un buen lugar para poner el diente, que envolvió en un papel. Lo dejó detrás de la maceta que tenía el helecho y al que nadie parecía darle bola. Pensó que allí estaría seguro de miradas extrañas y de escobas. Lo único que le preocupaba era cómo el RATÓN encontraría el diente, a no ser que estuviera observándolo.

Su otro interrogante era cómo el RATÓN sabría que se le había caído un diente y si tendría la moneda nueva para efectuar el cambio. Nunca había visto un ratón vivo y cavilaba si sería como el Super Ratón de los chistes, que volaba, tenía un uniforme y una capa.

Pasó lenta la tarde, pasó lenta la noche, preñadas de zozobra. El nuevo día hizo su entrada luminosa y sigilosamente fue hasta la maceta del helecho, pero no había ocurrido ningún cambio; el papelito doblado seguía allí, seguro que con el diente adentro. Por si acaso lo cogió para ver si notaba una moneda, pero lo que palpó no era sino el diente que se cayó. Triste y un poco desconcertado, volvió a poner el papel detrás de la maceta y fue a su cuarto para empezar un día más, sin diente y sin moneda nueva.

Tal vez había que esperar, porque el RATÓN había ido de viaje (tenía unos primos en el campo, según decía un cuento) y no sabía del asunto.

Esperó un día, dos, una semana… Cada mañana y tarde por la noche iba hasta la maceta del helecho a comprobar si algo había sucedido. Nada pasó. Su tristeza aumentaba, porque al final el diente no le serviría de nada y se quedaría sin la moneda nueva.

Hasta que una mañana oyó que en la cocina decían que en la trampa que habían puesto anoche, había muerto un ratón. Se aterró y fue despacio hasta donde dejó el diente, envuelto en papel. Tanteó detrás de la maceta y allí estaba: en vez del diente, había una moneda nuevecita y reluciente.

Sonrió con la felicidad que da a los niños el poseer lo que tanto esperaban. De la cocina echaron al ratón con trampa y todo, a la  basura y al limpiar el lugar donde estuvo, encontraron un diente.

Lloró en su cuarto. Seguro había muerto SUPER RATÓN.

GRACIAS PAPÁ


Pato Donald

No. No se trata de un post fuera de fecha, aunque ayer se celebraba en el Perú el “Día del padre”.

Sucede que ayer (y seguramente antes, tanto como el año pasado) estuvo saliendo un comercial de televisión donde diferentes personas de varias edades y de ambos sexos, dicen “¡Gracias papá!”. Lo firma un señor que es dueño de tres universidades privadas. El mismo que se jactaba de no leer y sin embargo ser “exitoso”. Un señor que quiere ser presidente del Perú.

Al spot, me parece que le falta algo; tal vez una letra: la “s”, porque como lo firma el señor en mención, debería terminarse con un “¡Gracias papás!”.

Sí, en plural, porque gracias a los papás que han puesto a sus hijos en esa universidad (y en las otras dos del mismo propietario), el señor que no lee y presume de formar a las personas puede hacer el dinero necesario para solventar una nutrida campaña publicitaria, entre otras cosas y querer ser presidente del Perú. Tiene todo el derecho a serlo; a ser el líder de un partido político; a ser un triunfador y a pertenecer a una “raza distinta”; a no leer porque seguramente le quita el tiempo destinado a actividades más lucrativas. A lo que me parece que no tiene derecho moral el señor, es a construir sus estructuras con el financiamiento de quienes quieren que sus hijos estudien. No creo que un señor que se precia, como él, de no leer, pueda ser un ejemplo para los que se forman. Porque su pregonada “ilectura” es la punta de un iceberg que por debajo esconde la triste realidad de este país Azángaro; de esto que sucede en el Perú, donde la educación es un simple (y muy lucrativo) negocio.