El “Cabo Nonone”, Reynaldo Nonone Vivanco, fue, allá por los años 50, el ejemplo de policía de tránsito en Lima.
Alegre, recto, eficiente y orgulloso de ser policía, Nonone era una verdadera institución en la ciudad. Era el símbolo del orden y la amabilidad de una Lima que fue creciendo poco a poco hasta llegar ser lo caótica y peligrosa que es ahora.
Parece que en todo el mundo, la policía, en vez de inspirar confianza, provoca temor. El miedo de los ciudadanos a personas que representan a la autoridad, que van armados y utilizan la fuerza. Sucede en Israel, pasa en Estados Unidos y prácticamente en cualquier parte donde la ley haya perdido su verdadero sentido.
Aquí, si bien hay policías honestos y que arriesgan cada día sus vidas por defender a la sociedad, hay también quienes lucran con la gasolina destinada a los patrulleros; los que piden una “colaboración” para no poner una multa y quienes alquilan el prestigio de ser policías y muchas veces sus armas oficiales a la delincuencia que deberían combatir.
¿Dónde está “el amigo del barrio”; el policía de la esquina que contestaba los saludos de vecinos que se sabían protegidos por él y por sus compañeros?
El crecimiento trae problemas de reconocimiento. El crecimiento trae problemas de personalización. El crecimiento puede tener ventajas, pero tiene problemas.
La violencia que se percibe en todo el mundo en la policía, tiene que ver con la deshumanización que traen consigo el crecimiento y un “progreso” mal entendidos.
El “Cabo Nonone” es un recuerdo limeño. Un buen recuerdo de cuando las cosas eran diferentes. En todas partes.
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