PERDER UN DÍA


SIGUE BUSCANDO

 Perdí un día. Se me extravió en la mañana temprano, o al empezar a teclear en la computadora.

Era 29 y no 28 como creía y envié un par de correos con la fecha atrasada. Claro, que pensándolo bien, lo que hice inconscientemente fue retroceder un poquito el reloj y darme la oportunidad ¿de qué? No lo sé bien aún.

Cuando me di cuenta, la primera reacción fue corregir lo hecho y enviar ese par de aclaraciones, diciendo que me había confundido de fecha. No lo hice, porque me di cuenta que a nadie le importaría; que no era importante, vamos. Que no era la primera vez que me pasaba y antes había retrasado o adelantado la fecha, sin mayor consecuencia que mi propio desconcierto. Si esto se repite, quiere decir que no estoy haciendo lo necesario para mantener ágil mi cerebro. Tampoco se trata de vivir en el pasado.

Escribo esto como una especie de explicación, para decirme a mí mismo que uno puede olvidarse de los anteojos, no acordarse de donde puso las llaves o claro, si es lunes o martes; 28 o 29.

Creo que a partir de ahora, guardaré en el cajón del escritorio las horas ganadas o perdidas. El asunto es acordarme en qué cajón de los tres que hay las puse, encontrar la llave y ordenar el desorden con que guardé las horas. Como decía mi amigo Toshi en un comercial de TV para televisores NATIONAL: “¡Duerma tranquilo!”.

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