LUIS PICAPIEDRA: EL ALCALDE DESTRUCTOR


PICAPIEDRA

Otra vez.

Ahora está llenando de piedras la playa La Pampilla. Sigue avanzando contra viento y marea, creyendo ganar puntos (léase votos) con el oleaje anómalo anunciado por la Marina. Para peor, su “empedramiento” no tiene permiso de esta institución para ser efectuado. Según las noticias se ha presentado un expediente, pero de autorización, ñanga.

Dice que las rocas y el desmonte que anulan la playa, protegerán el polémico carril adicional de la pista que va por esa zona de la Costa Verde. Sin embargo parece que lo único que hará esta medida “picapiédrica” será modificar funestamente lo que alguna vez fue una playa para bañistas, deportistas de tabla hawaiana, público en general y anularla, privilegiando a los automovilistas. Como de costumbre, es cosa de subir la ventanilla del auto y pasar a toda velocidad, ignorando totalmente a la naturaleza y a las protestas ciudadanas que tratan de protegerla.

Luis prefiere las “obras” al arte citadino, a la naturaleza y a todo lo que signifique humanidad.

Adiós Costa Verde, adiós árboles, adiós Río Verde; hola by-passes y caos en el tránsito…

Hemos visto como la policía arremetía contra quienes protestaban y a una fiscal que decía que estos violaban la ley y podían ir presos. Ojalá que no sea la misma policía que sembró un “miguelito” para incriminar a un manifestante en otra zona del país y al que patearon y rompieron un brazo. Ojalá que no sea una fiscal como los que hemos visto. Ojalá, porque a estas alturas, con los antecedentes y el alcalde que hay, no se sabe.

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RECUERDOS DE COLEGIO


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A vece me quedo pensando en esa pregunta que suelen hacer: “¿volverías al colegio?” y entonces entre imágenes que van apareciendo como las de una película silente, veo los mandiles ondeando en el recreo, en medio de un partido de fulbito; veo las carpetas de madera en filas ordenadas; las escaleras de mármol por las que se sube al paraninfo; el cine de los sábados, las bancas de la iglesia.

Veo los rostros de mis amigos riendo, el azul de las góndolas; las banderas de Roma y de Cartago; la leche chocolatada -“el ladrillo”- en botellas de Coca-Cola y chancay para desayunar. Veo la piscina vacía y el puesto de “El Gordo” con sus sánguches; veo la formación de todos los alumnos con uniforme pre-militar; veo las sotanas negras y familiares de nuestros profesores…

Veo el trompo, los libros, los concursos-exámenes; veo al hermano Arándiga tomando fotos, al padre Macías frente a su micro de radio aficionado y al hermano García –“Pajarote”- poniendo el disco con el himno nacional para el Saludo a la Bandera.

Veo cosas que sé que nada significan para quien no vivió el tiempo ese; recuerdos que surgen al azar y entiendo que mi respuesta sea un “¡sí, volvería al colegio!”.

PRENDIDA CON UÑAS Y DIENTES


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La corrupción está en todas partes y resiste.

Hay un poco de luz y huye como las cucarachas a esconderse para seguir actuando, porque aunque se oculte (la que lo hace) continúa.

No conoce niveles y está infestándolo todo. No le importan denuncias ni señalamientos porque sabe que cuenta con la indiferencia de muchos y la colaboración de quienes debían combatirla.

A mi amigo Manuel, escandalosamente le archivaron el caso donde denunciaba el robo de su terreno y los intentos de matarlo. Un abogado que atiende en una peluquería (“La República” pp 2 y 3, 27.4.2015) hace préstamos usurarios estafando a sus incautos, pobres y necesitados prestatarios, para quedarse con las garantías (casas) y decir cuando lo entrevistan “que él solo cambia dólares”) y que las denuncias en su contra son hechas por delincuentes.

Escribo siempre sobre la descomposición que veo y hasta huelo en nuestro país y no recuerdo que antes sucediera algo así. De pronto es que ahora nos enteramos porque hay redes sociales y los medios informativos prestan más atención a algo que no se puede negar.

Escribo, terco, pero con pocas esperanzas y sé que soy parte de un coro reducido, que a fuerza de parecer pesado, canta el mismo motete. Ojalá que se sigan uniendo los cantores, el coro crezca y el canto indignado haga que la corrupción baje hacia su madriguera y muera en lo profundo. Muera porque no tiene alimento, porque el aire enrarecido que produce y respira, la envenena. Muera de inanición y asfixia. La corrupción que se agarra con uñas y dientes a lo que sea, los corruptos, no merecen vivir.

TELARAÑA


TELARAÑA

Parece que estuviéramos en una inmensa tela de araña, en la que se pega todo lo que se acerca. Viscosa y pensada para que ni lo más fuerte pueda escapar. Extiende sus hilos que llegan a todas partes.

En el centro está la gran araña y repartidas todas las demás, acechando.

Es una telaraña en un mundo-espejo, que se multiplica una, cien, infinitas veces.

Una telaraña de pesadilla; inmensa. Digna de una película de ciencia-ficción.

Estamos atrapados en ella y las vibraciones sigilosas que producen las arañas al acercarse delatan que está próxima una pelea por la presa –nosotros- que asistimos inmóviles e hipnotizados, sabiendo que quien gane de ellas, se abalanzará.

Estamos presos en una telaraña; las arañas acechan y no es un mal sueño: es una escalofriante realidad.

EL VOLCÁN KRAKATOA NO ESTÁ EN HAWAII


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Siempre, los locutores de noticieros en televisión sorprenden. A veces narrando algo que es una verdadera primicia y otras demostrando un desconocimiento de lo que comentan (y evidentemente ponen de su cosecha), que pasaría si es que no viniera de comunicadores que tienen la responsabilidad de informar. Lo que sucede es que el televidente que no conoce sobre el tema, se queda con una idea equivocada. “Pasa en las mejores familias”, se dirá como excusa, pero aquí las excusas salen sobrando y una vez metida la pata, las consecuencias pueden ser incalculables. No exagero, porque la frase “lo dijeron en la tele” demuestra el poder que sobre muchas personas tiene el televisor como medio de información, conocimiento y diversión. Para gran cantidad de gente, lo que allí se dice no solamente es creíble, sino una verdad.

En un noticiero de señal de cable, de un canal de noticias, al comentar la noticia de las erupciones en Chile, el locutor le comentaba a la chica, locutora también, con la que comparte el programa, hablando de erupciones que destruyeron ciudades, la de Pompeya y la del volcán Krakatoa, “en Hawaii”, dio muy serio y siguieron con el tema y después pasaron a otras notas.

Digo yo; si cometen un error así, ¿cómo puedo creer que no se equivocan en otras cosas?

Este mismo locutor se equivocó varias veces y cambió una palabra por otra, lo que atribuí a que “no había calentado lo suficiente”, porque era el inicio del bloque; pero parece que no y es simplemente falta de (oficio, preparación).

Ya escribí alguna vez sobre esto y revisando, se trata del mismo locutor; en esa oportunidad me pareció “primarioso” y opiné que los canales debían tener más respeto por su audiencia y no soltar al aire a calichines. Me reafirmo.

Por si acaso, el volcán Krakatoa no queda en Hawaii; inclusive, hay una película de fines de los años sesenta que se llama “Krakatoa al este de Java”, con Maximilian Schell; y si no me equivoco, Java, la isla que está entre las islas de Sumatra e Indonesia, en el estrecho de Sonda, no queda cerca de Hawaii.

¿Qué hubiera dicho Emilio Salgari de esto?

¿AL FONDO HAY SITIO?


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Desgraciadamente no se trata de comentarios sobre la popular serie televisiva peruana.

Es sobre el Perú, sí, nuevamente, porque cuando parece que el fondo está lleno, siempre hay un poquito más de espacio. El fondo, ese que nunca pensábamos tocar y hoy es el triste lugar que nos corresponde.

Si no nos convencemos, basta ver las señales de descomposición. Si aún no creemos, con leer los periódicos o ver el noticiero cualquier día, tendremos la confirmación de lo que solamente se veía en pesadillas, producto de una mala digestión.

Hoy, en el Perú uno se acomoda a codazos para encontrar un sitio bien al fondo; como en un microbús, que abarrotado, rueda a velocidades supersónicas, sin hacer caso a luces rojas, policías y a cualquier cosa que impida su carrera alocada.

Carrera hacia el desastre. Carrera sin sentido en la que participamos a veces sin quererlo, pero que a la vista de todas las señales, no tendrá un buen final, porque los muertos nunca ganan.

… “¡Al fondo hay sitio!”; “¡Lleva, lleva!”; ¡No hay medio pasaje!«“¡Arrímese señora!”; “¡Pagando con sencillo!”…

Allá vamos, hasta que nos apaguen la luz.