No se trata del personaje del cuento infantil “La Cucarachita Martina”, sino de la protagonista de un reality que hace que la fantasía, verdaderamente, supere a la realidad.
La cucaracha en la pizza y el aluvión de denuncias y descubrimientos que esta punta de iceberg cucarachoso ha producido en los medios locales, demuestra que un boom gastronómico, por descuido y desinterés se puede convertir en un ¡bum! explosivo que estalla en la comida, ante nuestras propias narices.
Cucarachas, gusanos y otros insectos o cuerpos extraños (¡una hoja de afeitar!) son algunos de los encuentros “del tercer tipo”, desagradables y peligrosos que los consumidores han encontrado en lo que se llevan a la boca.
Es cierto que se pueden quejar a INDECOPI, correr la noticia por las redes sociales y aparecer en la televisión, en periódicos y revistas, pero eso no repara el terrible momento pasado ni compensa lo que a todas luces es incompensable. El acto de consumo, en general, es un acto de confianza y en el caso de alimentos es mayor aún porque tiene que ver con la salud.
Esto tiene que ver con el desinterés que existe por el otro, por los demás. Tiene que ver también con la actitud personal a la que no importa nada con tal de “salir del paso”. Nos hemos acostumbrado a no exigir y cuando lo hacemos nos encontramos con la extrañeza y el rechazo de quienes, a fuerza de no exigir lo que es justo, piensan y creen firmemente que el reclamo “está fuera de sitio”.
El maltrato es una actividad diaria que sufrimos en diferentes frentes y “a llorar al río” si queremos quejarnos.
Claro, una cucaracha en la pizza o ratas en el cine son el resultado de una incuria doble: sucede por descuido y porque nos dejamos. Ojalá que a partir de ahora se tome conciencia que como ciudadanos, como seres humanos, tenemos deberes y derechos. Hay que cumplir a rajatabla unos y reclamar por los otros. Siempre.
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