A VECES ES BUENO DECIR ESTO


SONY DSC

 

Si bien dicen que recordar es vivir, resulta muy cierto que muchos malos recuerdos se borran de nuestro cerebro, acaso ocasionalmente o por un cierto mecanismo de protección de la mente que en el fondo nos evita volver a vivir lo que fue malo.

De neuropsicología sé tanto como cualquiera que ha leído algo y ni la más infinitesimal parte de lo que un especialista conoce. Sin embargo, aunque personalmente guardo algunos recuerdos desagradables, estos pierden por goleada monumental frente a los buenos.

Por eso, cuando escribo sobre lo que me sucedió, personalmente, no es que “dore” las cosas, ni que solo elija lo favorable. Es que mis recuerdos más fuertes y aquellos recurrentes están en la gaveta de los buenos. Es curioso, pero cuando un mal recuerdo aflora, de inmediato, como si fuera una respuesta automática, aparecen otros que lo “tapan”. Será, digo yo, que siempre he tratado de ver el vaso medio lleno y no medio vacío; aunque me reconozco, como se dice “de pocas pulgas” y suelo tener una contestación ácida cuando se presta la ocasión (cosa que seguro se acentúa con la edad), no tengo una “cajita de rencores” ni esos pequeños odios que envejecen y a veces ni se sabe su origen porque ya se olvidó. No es que con esto me quiera hacer el “bueno”, sino que simplemente, soy así.

Creo que el tiempo y los problemas aminoraron mi “inmediatez” y me hicieron más reflexivo; aprendí a “jugar en pared” conmigo mismo y trato de tomar las distancias necesarias antes de decir algo. Escribo esto a propósito de mis dos últimos posts en este blog, que de pronto suenan como cosas edulcoradas donde no hay nada malo y el “joven”, como en las viejas películas del oeste, se lleva a la chica. Lo que sucede es que esos son mis recuerdos. Siento si a alguien le parecen banales, pero creo que las vidas son eso, una sucesión de momentos que solo tienen trascendencia para uno mismo. Lo otro es Historia con “H” mayúscula.

Anuncio publicitario