Mi primer recuerdo de Navidad es el olor a pino invadiendo la casa de Ayacucho 263, en Barranco. Después visualizo la lata grande vacía, seguramente de aceite, conseguida por mi hermana, alguno de sus amigos, o por mi hermano tal vez, en el “chino” Perico. Lata forrada con papel platina de color rojo y que llena de tierra, contenía el arbolito navideño, adornado con bolas de vidrio de colores y luces que se prendían y apagaban. Una estrella de cartón con purpurina plateada, que la hacía brillar, lo coronaba y por su propio peso hacía que se inclinara como saludando.
El arbolito era natural y lo habían “robado” mi hermana Teté y su amigo “el loco” Miranda de la bajada de los baños, cosa que no gustaba para nada a nuestros papás…
Las luces navideñas eran pequeños foquitos alargados, pintados de verde y rojo transparente, colores que se descascarían con los días.
Alrededor del árbol, en el hall de la casa, había cojines donde se pondrían los regalos: estaban esperando que fuera la tarde-noche del 24.
Mi recuerdo se desdibuja allí, pero el olor a pino y la alegría de la preparación navideña me acompañan hasta hoy, tantos años después.
Admirable luchador.
No quería dejar pasar este momento si desearte una feliz navidad, en compañía de todos los que amas.
Un abrazo sudamericano bien fuerte.
¡Mil Gracias! Un gran abrazo tamaño continental para ti y los tuyos. ¡Feliz Navidad! 🙂