Cuando se piensa en el Perú, se recuerda de inmediato la ciudadela inca que saltó a la fama desde que la “descubrió” Hiram Bingham. Machu Picchu se pierde entre las nubes y el misterio. Es como un barco inmenso que surcara los tiempos desde que sus constructores pusieron la última piedra. Es una de las maravillas de la humanidad.
Sin embargo el Perú es mucho más (aunque esto suene a frase hecha) porque cuando los incas llegaron, en el territorio existían numerosas culturas a las que dominaron, otras que no pudieron sojuzgar y muchas que existieron, floreciendo, antes que ellos vinieran.
Dicen, que en mi país, donde uno rasca un poco, encuentra los vestigios de los que nos precedieron. Es verdad, porque la inmensa existencia de “huacos” (vasijas de arcilla con formas diferentes y para distintos usos) repartida por los museos del mundo, que está en los museos del país y en innumerables colecciones privadas, es testimonio de un pasado muy rico que se interna en la Historia.
Recuerdo haber ido, de chico, con mi clase del colegio, a la zona de Cajamarquilla, cerca de la ciudad de Lima y en la excursión encontrar unas ruinas a flor de tierra. Entre ellas había trozos de vasijas, pedacitos de tejido y huesos. Me llevé un cráneo como “recuerdo” y al volver a la casa y mostrárselo a mi padre, él le dio vuelta y me señaló la parte occipital, mostrando lo que llamó “un hueso más”, que en realidad era una división que se llama el “triángulo occipital” o “el hueso de los incas” que al parecer los emparenta con alguna cultura asiática (lo que se usa para confirmar la llegada a América de los hombres, cruzando el estrecho de Bering, que queda entre Asia y Alaska) o según alguna publicación, con los extraterrestres, por una momia descubierta en Cusco, (que se creyó de un niño, al principio, pero parece haberse comprobado que se trata de los restos de un adulto, con órbitas inusualmente grandes, pequeña estatura -50 cm.- y cráneo triangular).
Mi “descubrimiento”, que guardaba celosamente en una caja, no sé dónde andará ahora: estuvo enterrado por siglos y en muy poco tiempo se perdió, víctima seguramente de alguna empleada de casa, supersticiosa, a la que no le pareció bien que conservara “la calavera de quién sabe quién”.
El Perú es una fuente inagotable de historias y misterios que superan largamente a las emblemáticas ruinas por las que se le conoce generalmente, y esta es solo una anécdota intrascendentemente personal.
Foto momia: RPP.
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