EL SOSTÉN DE DIEZ MILLONES

No, no es el  alimento milagroso  para diez millones de personas, sino uno de mujer, con diamantes, zafiros y rubíes que vale… ¡diez millones de dólares!

No es broma y uno se pone a pensar que, de veras, en un mundo donde despertarse con hambre, no dormir por él o morir por su causa, este tipo de cosas no pueden existir.

Sé que hay relojes y lapiceros que cuestan un ojo de la cara y que algún jeque árabe, para dar vueltas en los carros de su “stud” -algunos con manijas de oro en las puertas-  construyó en el desierto una pista circular que lleva a ninguna parte.

Sé que la tontería humana (iba a poner estupidez) es inmensa e inabarcable y todavía me pregunto por qué el asombro de que hayan guerras, asesinatos y tropelías mil si los pequeños ejemplos que aquí he puesto se suceden a diario en todos los lugares y hoy, con el acortamiento de distancias gracias a una información variopinta que no discrimina y mezcla lo importante con lo banal o ridículo, son vistos por millones que no saben siquiera si es que podrán comer en las horas que vienen.

No es que me crea santo ni que arroje piedras pero no me parece que en nuestra nave espacial Tierra, de la que nadie puede escapar mientras viva y es menester que comparta con otros el lugar, se den cosas así. Si es injusto que haya asaltantes de bancos, que se muestre a los que no tienen nada un sostén que debería servir para sujetar tetas, convertido en símbolo de un “yo-tengo-todo-y- hago-con-mi-plata-lo-que-quiero- ¿ya?”, no es una cachetada, es un crimen, una maldita burla que produce en ciertos seres humanos el adorar al mítico becerro de la Biblia.