Mediante Facebook me llega la fotografía de un diseño de computadora, con lo que considero es una concepción moderno-retro (La nueva Philco PC, diseñada por David Schultze es un concepto inspirado en los años 50.). De inmediato le di “me gusta” y “compartir”, no pude contenerme ante una muestra de cómo el diseño bien pensado y realizado puede tocar teclas tan sensibles en uno.
De acuerdo, se me dirá que solamente es una computadora y que no va a cambiar nada. Lo mismo estoy seguro que dijeron de los diferentes diseños que no solo llamaron la atención, sino que fueron incorporados al uso y lograron mejorarlo y hacerlo más bello. “Funcional” no es la palabra, pues muchas veces lo funcional no es bello. Aquí es donde resulta importantísimo el diseño que tanto se menosprecia a veces. Algo que funciona y es bello, da gusto manipular y su operación convierte un acto rutinario en algo hermoso.
Muchas veces pasamos por alto esto, tanto, que nos parecen naturales las maravillas y no nos produce emoción ver que gracias al pensamiento de un ser humano podemos hacer cosas y disfrutar de ello.
Se pensará que exagero, pero de los casos de malos diseños que nos rodean, solo reparamos cuando dificultan la operatividad o no pasan por nuestro control visual. Vivimos inmersos en el diseño que va desde un “abre-fácil” en los envases hasta esas sillas que dan ganas de quedarse sentado (si son buenas) o pararse de inmediato.
Mucho podríamos hablar del diseño y creo que los que hacen divisiones como “gráfico”, “industrial” o “arquitectónico” por citar algo, se equivocan. Hay un solo concepto de diseño y tal vez innumerables subdivisiones o extensiones, pero que en el fondo se resumen en belleza. Claro está que si es algo “usable” deberá cumplir con ciertas normas de funcionalidad: tiene que servir para el fin que debe. Este, como digo, es un tema muy largo y que se discute mucho. Aquí solamente doy fe de mi entusiasmo.
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