Para muchos es una palabra que remite a una Lima de hace mucho tiempo, antes de que existiera la Vía Expresa, el popular “zanjón”. El tranvía era el medio popular de transporte, antes que aparecieran las infames combis, haciendo correr las cintas paralelas de sus rieles por toda la ciudad, uniendo distritos, balnearios y el puerto.
Para quien vivió como chico la “era del tranvía” el caos actual del tránsito y su bulla sin sentido alguno, es remplazado por el traqueteo adormecedor de los “carros” que hacían bascular suavemente a los pasajeros en las tardes ociosas de verano.
Grises, grandes, cuya apariencia hoy compararíamos a la de monstruos antediluvianos, el interior de los tranvías, con sus asientos cuyo espaldar se volteaba de acuerdo a la dirección que siguieran, rellenos de crin y con agarraderas de bronce, estaba lleno, colgadas del techo, de correas que servían para que los pasajeros que viajaba de pie, pudieran sujetarse. Es que estos vehículos, a pesar de su apariencia, adquirían una buena velocidad que hoy parecería ridícula si la comparamos con la de una combi a la caza de pasajeros.
Los tranvías que iban de Lima a Chorrillos, bajaban por Barranco y pasaban cerquísima de mi casa, por la avenida San Martín. Por cierto lugar de la misma, venían de regreso de Chorrillos, doblando en la esquina de 28 de julio, para toma la Av. Grau que corría paralela hasta un punto. Recuerdo haber pasado en Arequipa el terrible terremoto de 1958, cuando media ciudad se cayó y para mi era la primera experiencia de un sismo de esa magnitud. Al volver a nuestra casa, en Barranco, tuve que acostumbrarme a que el tronar que se escuchaba, con cierta vibración, no era producto de un temblor fuerte, sino que el tranvía que pasaba cerca lo producía. Me imagino lo que hubiera pasado de escuchar los truenos que en la Ciudad Blanca, llamaban “Los caballos de San Jorge”, mis tías.
Viajer en tranvía era toda una experiencia. El cobrador te entregaba a cambio de tus pocas monedas, un boleto de papel que tenía las siglas CNT (Compañía Nacional de Tranvías). Eso daba derecho a todo el trayecto y era chequeado cada cierto tramo, por revisores, que con un aparatito manual hacían un piquete en el boleto, para que nadie viajara sin pagar. Para gastar menos, pagando medio pasaje, tenías que mostrar tu carnet de estudiante, que el colegio te daba, con tu foto. Si lo que querías era hacerte el vivo y no pagar o tus fondos estaban en 0, te quedaba el recurso de “gorrear”, es decir, ir avanzando de forma que esquivabas al revisor. Podía significar bajarte “al vuelo” cerca de un paradero que quedaba lejos de tu destino y desde allí retomar, haciendo lo mismo. Otros más avezados, se colgaban del faro del tranvía, adelante (o atrás, ambos lados iban hacia adelante alguna vez) saliendo por la portezuela de ingreso, peligrosa maniobra que había costado heridas atroces y muertes a los que se caían: Ser atropellado por un tranvía era horrible. A un personaje célebre de Barranco, apodado “Gasolina”, cuentan que lo mató un tranvía.
En general, salvo por las mataperradas usuales, no tengo más que buenos recuerdos del tranvía. En verano, si quería ir a La Herradura o Agua Dulce, lo tomaba a dos cuadras de mi casa y me quedaba en Chorrillos, para bajar por la quebrada hasta la zona de playas. Si era a Miraflores, barrios aledaños o al centro, el tranvía era la solución. Inclusive te daban un pasaje para “El Urbanito” que entraba por el Miraflores viejo, cerca del mar: Un ómnibus que completaba el recorrido y que era parte de la flota de vehículos. Magdalena y El Callao tenían sus propios tranvías, más pequeños y algunos con pescante y puerta que se cerraban al arrancar.
Era otro el ritmo, otro el tiempo y estoy seguro que el frenesí actual no existía. Por cortesía se cedía el asiento a mujeres y ancianos. A veces, la incipiente coquetería acompañaba a la cedida de asiento, en beneficio de una bonita escolar.
Los tranvías desaparecieron para “modernizar” Lima, dejando el paso libre a los choferes de microbuses, buses, camiones y automóviles para disputar un asfalto que con cada día que pasa se parece más a una tumba grande y con veredas. El tranvía no contaminaba el aire y en esta época del Ministerio del Medio Ambiente, me parecen la solución ideal: Hacían un poco de ruido, pero no echaban humo.
Los tranvías ya no están y he visto en Barranco un triste remedo en el Museo de la Electricidad. Me parece que es comparar a un brontosaurio con un muñequito de plástico.
Debe estar conectado para enviar un comentario.