Barranco, el viejo Barranco, es pródigo en personajes memorables.
Personajes que a su manera ayudaron a moldar el carácter de distrito y que le dieron personalidad. Una personalidad especial, que hoy, con el avance del tiempo, estoy seguro que mantiene. Detrás de las noches de juerga y la droga a pedido y bastante fácil, está el Barranco de siempre, con sus callecitas calladas, con alguna plaza que verdea al sol y con los eternos enamorados. Estoy seguro que uno puede ver a los viejos pierolistas de “La Casa de Cartón” extendiendo su pañuelo de hierbas y cortando el aire del malecón en finas lonjas, con el bigote.
En Barranco, personajes como “Cucaracha” saltan a mi memoria, ayudados, qué duda cabe, por lectores de este blog, como Gustavo Melgarejo, que desde Roma, proclama su “barranqueneidad” y me alegra con sus comentarios.
“Cucaracha” era cuando supe de él, cargador del Mercado de Barranco. Ese lugar del que hoy solamente parece quedar la fachada. Dentro es otra cosa: un supermercado proclama dudosas modernidades. Bajito, patizambo con un sombrero de fieltro que había conocido mucho mejores épocas perennemente en la cabeza y con un carrillo hinchado por lo que luego supe era un “piccho” o bola de coca, “Cucaracha” no tenía nombre, sino apodo.
Lo veía cargar bultos inverosímiles y seguramente pesadísimos, ataviado con saco y chaleco, sudando a mares, raleando los pocos pelos de su cara extraídos en parte por una primitiva pinza hecha de una chapita metálica de gaseosa seguramente, pisada por el tranvía para aplanarla y doblada por la mitad.
“Cucaracha” se ajetreaba desde muy temprano cargando y llevando de todo. Podía vérsele a lo largo del día por el Mercado y recuerdo que se quitaba el sombrero y semi sonreía cuando se le entregaba lo que era en realidad una propina en pago de su esfuerzo.
Siempre exhalaba un olor a suciedad y alcohol mezclados. “Cucaracha” bebía de una “chata” de ron que quién sabe qué alcohol contenía.
Yo lo evoco servicial, dentro de su estilo. Era bizco y parecía tonto. De pronto no era esto último, pero los estimulantes habían hecho mella en él.
Era parte integrante del Mercado. De pronto, allí estaba listo para cargar un cajón de naranjas o un bulto de verduras. Lo hacía, recibía el dinero ofrecido sonriendo enigmáticamente, se quitaba el raído sombrero y seguía un rumbo que estaba marcado por sus clientes fijos y aquellos que eventualmente necesitaban de su servicios.
Alguna vez lo vi en la calle, cargado con lo que le habían encargado. Los palomillas le gritaban “¡Cucaracha!”, corriendo a su alrededor. Él mascullaba en sabe Dios qué y amenazaba sin soltar lo que llevaba. A más gesticulaciones, más risas y chacota.
Finalmente, “Cucaracha” se perdía por alguna calle murmurando para sí.
Crecí, me casé, salí de Barranco y no supe más de él.
Tenía en mente escribir algo sobre un hombre humilde que puso su presencia en mi infancia. Hoy lo hago, porque personajes como “Cucaracha” dan sentido a los recuerdos.
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