No soy el primero y no es la primera vez que escribo sobre escribir. Sin embargo quiero hilvanar algunos pensamientos que tengo sobre el tema y ponerlos en blanco y negro.
Me parece ya lejano cuando Tato Gómez de la Torre, mi primo hermano y director creativo de Mc Cann Erickson ( “interino” en ese entonces porque de seguro era un redactor joven al que no le tenían mucha confianza) a quien yo había literalmente perseguido para que consiguiera que yo entrara en publicidad, me llamó porque había una posibilidad. Después me dijo personalmente que era para redacción y que me tomaban a prueba un mes. Si servía, me quedaba, de lo contrario…
Me ofrecía la mitad de lo que yo ganaba entonces y ninguna ventaja. Y o tenía un trabajo estable un poquito aburrido), con un horario de medio día, camioneta a mi servicio y solo 22 años. Lo que pasaba era que yo quería trabajar en publicidad. No sabía bien en qué, pero suponía que dibujaba bien y por ahí iba mi camino. Pero lo que Tato me ofrecía era muy tentador para mí, de un lado y bastante poco realmente. Era cuestión de lanzarse y probar, tratando de hacer las cosas lo mejor posible.
Dejé lo que tenía seguro y me lancé al mar del azar. La otra cosa que tenía en mi contra, aunque yo no lo imaginaba, es que era pariente del director creativo. Me mirarían al principio como un tipo con mucha suerte, un “arrimado”. Pero en esa época todo en publicidad era nuevo para mí. ¡Había llegado finalmente! No pensaba en nada que fuera “malo”
En mi primer trabajo de redactor publicitario, tuve que aprender rápido y sobre la marcha. Los trucos del oficio y las estrategias para sobrevivir en un ambiente difícil fueron rápidamente absorbidos y puestos en práctica. Aprendí, por ejemplo, que si algo podía ser dicho en tres palabras no había que usar cinco. Brevedad le dicen. La publicidad me enseñó a escribir corto. A resumir, a ir al grano.
Allí terminé como único redactor a cargo de todas las cuentas que manejaba la agencia, desde cosméticos Max Factor hasta el Banco Continental.
Pasó mucho tiempo así hasta que me ofrecieron la Jefatura de Redacción en una agencia local, a la que ya habían pasado algunos compañeros de trabajo. Renuncié y el mismo día que lo dejaba, me casé. Es decir al día siguiente empezaba una vida nueva, con trabajo incluido. Luego de unas semana de luna de miel-vacaciones, empecé en Kunacc, que así se llamaba le empresa, como Jefe de Redacción. Jefe de mí mismo porque no existía ningún otro redactor. Mi director creativo fue el “Cumpa” Donayre, asombroso periodista y una de las personas a quien debo más esto de escribir. Era uno de los hombres que no sólo había hecho y hacía época, sino una de los verdaderos amigos que he tenido.
En Kunacc conocí gente de primera. Algunos ya han muerto y otros siguen vivos y activos. Todavía veo a Beto Valenzuela, magnífico director de arte, que junto con Pepe Benites formaban una dinámica pareja de “paste-up” o una especie de directores de arte junior entonces. Profundicé mi amistad con Julio Coloma, el “Chico Perico” de un programa de TV que era director de cuentas y conocí y nos hicimos amigos con Hugo Otero, aprista desde la cuna, entonces ejecutivo de cuentas, después gran redactor y más tarde embajador en Francia y luego en Chile. Sería muy largo recordar a todos, pero Charlie Blas el fotógrafo, Luciano Gonzáles en producción gráfica, las hermanas Granda que eran eficientes y sonrientes secretarias, Lucho Gómez Sánchez, el gerente, Pedro Napurí y Jaime Marrou, grandes amigos y ejecutivos de cuenta que vinieron de Mc Cann Ericson, antes y después que yo, Kiko Ledgard (hijo del gran Kiko) y Patty Weiss, burbujeante coordinadora.
Entonces se fue el “Cumpa” y me nombraron director creativo… ¡a mí! Escribía como antes no lo había hecho y la cantidad de las cuentas de la empresa, crecieron cuando nos fusionamos con “Promo” agencia de propiedad de Philips Peruana. Pero este asunto trata sobre escribir publicidad, no sobre la historia de esta.
Aprendí ya lo dije, a escribir corto y también a documentarme todo lo que pudiera para hacerlo. En una etapa en la que Internet era un sueño, había que leer, buscar, releer y subrayar. Todavía recuerdo mis fichas de cartoncillo que estaban ordenadas alfabéticamente y que contenían citas, referencias y mil cosas más. Si a eso sumamos folders organizados por temas y el material que cada producto tenía… ¡Un buen montón de papeles que había que estar revisando siempre! Que siempre “estaban a la mano”. Escribir publicidad era totalmente diferente cada vez, porque en este oficio el que se repite pierde. También el que escribe largo si no es para folletos. Es curioso, uno aprende que la longitud de lo escrito e incluso su estilo, depende del medio. Y hablando de “estilo” de redacción publicitaria, el no tenerlo es algo imperativo. Un “estilo propio” es mortal en publicidad. Cada producto tiene el suyo y el redactor debe o encontrarlo e inaugurarlo o adaptarse al existente.
Mi recorrido por la publicidad y su redacción está plagado de anécdotas. Algunas que tienen que ver directamente y otras que no, pero son graciosas o pretenden serlo.
No puedo olvidar un aviso ilustrado, preparado por el gran Germán G, donde una hermosa Virgen María que sostenía al Niño Jesús, tenía ¡seis dedos en una mano! O cuando Charlie Blas quiso quitarle a un orate un arte final de cerveza en las inmediaciones de la agencia y luego de recuperarlo, tras ardua pelea, se enteró en la oficina que era un arte desechado y que el loquito había sacado de la basura.
¿Tienen estas pequeñas historias algo que ver con redacción? No, pero no dejan de ser parte de una vida que hoy está lejana, pero era divertida, azarosa y de la cual los redactores publicitarios formábamos parte.
He mezclado muchas vivencias con alguna reflexión. Los viejos somos así.
Debe estar conectado para enviar un comentario.