Tengo catorce pipas “operativas”, es decir que puedo llenarlas de tabaco y fumarlas en cualquier instante, si todavía fumase. Hay muchas más que están en condiciones desastrosas pues no tienen boquilla, la tienen rota o están muy viejas. Sí, fumaba en pipa.
Y digo bien, fumaba y ahora no lo hago, pero eso no me ha convertido en un fanático anti-tabaco. Después de mi primer infarto al corazón decidí dejar de fumar, es cierto que después reincidí en hacerlo, pero algún puro ocasional. Ni la pipa ni los cigarrillos.
De eso hace una buena cantidad de años, más de treinta y cinco. Lo hice por convicción propia, no porque nadie me lo impusiera Hace siete años que no fumo nada. ¿Me siento mejor? Supongo que sí. No lo sé de seguro. Veces me entran ganas de encender una pipa y plácidamente fumar, dejando pasar el tiempo. Es curioso, pero de vez en cuando extraño.
Y cómo ya lo he dicho en otra parte conservo pipas, muebles para ponerlas, limpiadores de felpa, un descarbonizador, ceniceros especiales y encendedores para ellas. Lo guardo todo como recuerdo y recordatorio. En ellos veo mi pasado, no malo, sino descuidado.
Hay algunas caras y otras bastante raras. Tuve algunas de espuma de mar y otras holandesas de porcelana, pintadas con molinos y con tapas de plata. Ahora las de espuma no existen y las holandesas se rompieron para siempre. Una pipa remendada no se puede fumar.
Retomo un día después estas reflexiones con la pipa como centro…
Tenía algunos libros y folletos sobre fumar en pipa, pero no están. Los debo haber echado a la basura, o regalado (los libros). Lo que sí he encontrado son algunas cajitas de lata que contenían tabaco y aún guardan el aroma, después de tanto tiempo. Todas son rectangulares y ahora están en un librero, adelante.
Fumar en pipa me ayudaba a pensar, a hacer pausas. Mientras llenaba la pipa, la taqueaba, la encendía y daba las primeras chupadas, la ceremonia de inicio concitaba atención, alguna pregunta y en general silencio que era MI momento. Allí aprovechaba para pensar. El fumar me permitía, como lo he dicho, pequeñas pausas que yo siempre aprovechaba. Era mi “arma secreta” …
Faye Newbauer era secretaria de Gerencia en JWT. Norteamericana, contaba que habías pasado gran parte de la Segunda Guerra Mundial en una habitación, descifrando claves para el gobierno; Faye me pedía siempre una pizca de mi tabaco y lo mascaba sonriendo. Tal vez recordara sus buenas épocas de joven criptógrafa o la memoria le trajera al presente usos y costumbres casi olvidadas, no lo sé.
Nunca pude con los cigarrillos. Me parecieron demasiado débiles, aunque si los fumé, especialmente cuando estaba en los años de secundaria. Recuerdo una pequeña tienda en la calle “La Colmena” que vendía cigarrillos importados y muchas cosas y novedades más y por la que pasé todas las tardes camino al colegio. Allí me esperaban cigarrillos turcos, egipcios, franceses, japoneses y de todo el mundo. Algo que un adolescente podía permitirse de vez en cuando para viajar un poco en sueños.
Mi pasado como fumador de pipa es eso: pasado. Hoy todavía recuerdo a un dentista en Cali, Colombia, que al mirarme la boca por dentro, me dijo: “Fumas en pipa ¿verdad? Y te pones la pipa en el lado derecho siempre. Fumas bastante…”Yo me admiré de su sabiduría acerca de mi hábito y ciertas manías. Él me dijo: “Lo veo en tu boca. Tienes quemado el paladar por el lado izquierdo y un poco más gastados dientes y muelas del lado derecho. Es simple. Cuídate y por lo menos fuma también del otro lado, para que la quemada y el desgaste se emparejen.”