Hace un tiempo fui a comprar una humilde pero refrescante Coca Cola Zero tamaño individual, en una bodega situada en la esquina de un parque en Surco. El establecimiento estaba enrejado, supongo que en previsión de posibles asaltos. Esperé afuera (porque atendían a través de la reja) a que despacharan lo comprado a un par de personas e hice mi pedido. Me dieron un precio y pagué antes de que me entregaran la botella. Cuando el señor que atendía me la dió, no estaba helada y no conozco a nadie que guste de la Coca Cola tibia, especialmente en un día de verano a media mañana. Pregunté si -por favor- no tenía una fría. Me respondió que entonces faltaba plata y pidió veinte centavos más. Cuando le pregunté porqué era más cara, el señor de muy mal humos me dijo que entonces no me vendía nada y que él tenía que pagar la electricidad de su refrigeradora, que nadie se la regakaba y que yo qué me había creído. Prácticamente me arrojó mi dinero y se retiró al interior de su cubil mascullando en voz alta.
Me fui, un poco mosqueado porque yo sólo había hecho una pregunta y en vez de responderme como correspondía, se negó a venderme (estaba en su derecho).
Caminé media cuadra y en una bodega (también enrejada; parece que la inseguridad es moneda corriente por estos barrios) una señora y un muchacho atendían. Hice mi pedido y el muchacho me preguntó: «helada?»; le dije que sí y de inmediato sacó una, la puso en una bolsita de plástico y me la entregó indicándome el precio normal, sin recargo por «estar helada». Le agradecí y desde ése día, voy a ése establecimiento cuando estoy en el barrio (que es casi a diario los días laborables, porque allí queda la oficina de una empresa con la que colaboro). Allí compro mi Coca Cola Zero y alguna otra cosa de ocasión.
Mi caso es común, estoy seguro. Los consumidores «pagamos pato» porque quienes venden creen estar haciéndonos un favor y no se dan cuenta que gracias a nosotros viven. Que la venta de artículos es un SERVICIO. No lo entiencde así el señor de la tienda de la esquina ni la empleada que desde el mostrador te mira con mala cara porque reclamas cuando algo está defectuoso; o cuando te dicen que «porqué no se fija, señor, lo hubiera visto antes…». No se dan cuenta que comen gracias a quienes compran y que su deber es ATENDER a los que adquieren los productos. Porque así como hay zapping para cambiar el programa de TV malo o los comerciales que cansan, también -en un mercado de compradores como el nuestro- donde la oferta es múltiple, el consumidor sí puede elegir y con su decisión, multiplicada, puede hacer quebrar un negocio donde la atención no sea óptima.
Lo que pasa es que algunos que «atienden» se creen la única Coca Cola en el desierto y encima, helada!
Así es Manolo, algunos verdaderamente se pasan. En cierta amarga oportunidad, pude sentir en carne propia como mi papel de consumidor fue minimizado a un nuevo sol, siendo practicamente invitado a retirarme con mi dinero porque no querían cambiarme una bebida que estaba fermentada. Y, lo peor, las otras bebidas de la misma marca estaban en similares condiciones!!! Pero, cuando pensé que eso era lo más intolerable, luego me fijé -antes de ser expulsado de muy malcriada manera- que estas bebidas no fueron retiradas de la regrigeradora de la tienda, como si no hubiese pasado nada.
Puedo recordar la última pregunta que le hice al señor de la bodega: ¿Qué prefiere perder un cliente o un sol? Ya se imaginarán que respuesta me dio… ¡No al maltrato!