Esta es una felicitación pensadamente atrasada a todos los periodistas. A aquellos que forman parte de la más noble de las profesiones y no a los que ejercen el más vil de los oficios, como decía don Luis Miró Quesada.
Y digo que es pensadamente atrasada, porque he querido que las horas pasaran y el eco de las celebraciones se apagara.
El periodismo que vive el tráfago de la inmediatez y la urgencia del cierre ha sido mi compañero de ruta por esta vida profesional. Mi camino de publicista ha corrido paralelo y siempre he tratado de no invadir un terreno que a pesar de tener el punto de contacto de la comuniación difiere enormemente. Soy un espectador del periodismo y actor de la publicidad. Mis buenos amigos periodistas sabrán perdonar a este fabulador de palabras e imágenes el atrevimiento de rozar una zona que a todos parece fácil apropiarse, porque las circunstancias me han llevado a veces a coordinar gestiones periodísticas.
Cuando escribo ni siquiera pienso en usurpar el título; lo mío son artículos, párrafos unidos por la necesidad de decir algo. Lejos estoy de vivir la noticia como los hombres y mujeres de prensa lo hacen. Yo a veces hago eco, a veces la sufro y casi siempre soy espectador.
Quisiera felicitar a todos los que llevan el nombre de periodista como una bandera, poniendo en alto todas las virtudes que entraña el serlo. Desde el chico que aprende lateando las calles tras una comisión aburrida, hasta los mártires de Uchuraccay. A esas personas que hacen posible que las miríadas de sucesos mundiales lleguen a mí por diversos caminos y hagan que sea más humano a cada instante.
Ellos son los que borran la basura que acumulan infra-seres que perpetran lo que daña, lo que ensucia y que se esconden detrás de un nombre para hacerlo.
A los periodistas de todo el mundo y en especial de mi país y en especial a mis amigos, un abrazo admirado.
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