Natalia y Sebastián son argentinos.
Trabajan el alabastro sacándole formas que están ocultas en él. Hacen figuras, adornos, piezas utilitarias.
Alabastro del Sur se llama su empresa y están en plena tarea de darle identidad, crear catálogo y acumular realizaciones. Supe de Natalia y Sebastián por unas fotos de lo que hacen, que mi hija Paloma envió por Internet. Y luego ellos me escribieron para contarme.
En un chat reciente con Natalia, conversando sobre la marca que desarrollan le dije que Alabastro del Sur evocaba para mi toda una fantasía literaria. Y es cierto, porque cuando vi el nombre, acudió a mi memoria Hugo Pratt y su libro «Viento de tierras lejanas»; ése viento que traía el recuerdo austral de una Argentina patagónica. Y el alabastro me retrotajo a Salgari y sus historias para el niño que fui.
Es cierto que el diccionario te hace aterrizar rápidamente al decirte que el alabastro no es sino
Alabastro
- m. Variedad de caliza, translúcida, generalmente con visos de colores, que se emplea como piedra de ornamentación:
estatua de alabastro. - Variedad translúcida y compacta del yeso, también conocida como alabastrita: el alabastro se emplea para hacer baldosas y objetos de adorno.
Pero cuando las palabras dan paso a la imagen (que pongo aquí sin permiso de Natalia & Sebastián, abusando de su confianza)
se convierten en algo tan delicado como el nombre: Alabastro del Sur.
Translúcido, con una cualidad casi lechosa, casi de neblina o calima que nos hace pensar en marismas, en acantilados blanquecinos y porqué no, en ésos mares ignorados que se forman con las letras de las novelas de aventura.
Es curioso, pero las palabras gatillan imágenes y estas afloran desde el fondo de nuestra edad, de nuestra conciencia, para tomar cuerpo y convertirse en objetos que puedes tocar, que a su vez evocan sueños que creiste olvidados.
Natalia y Sebastián, con nombres también de novela, crean mundos imaginarios allí en Argentina, el país de la pampa, de los grandes silencios, de las tolderías y el malón.
El país que no conozco pero por el que he viajado tantas veces cada vez que abro un libro de Borges o de Sábato o al leer a Bruce Chatwin en su maravilloso «En la Patagonia»; o por qué no, cuando releo los cuentos del «Negro» Fontanarrosa y recorro con fruición sus historietas.
Mundos imaginarios que se convierten en piezas de alabastro, ése yeso translúcido que por cierto no es patrimonio argentino ni del sur, pero que a mí me sirve para dar cuerpo aunque sea fotográfico a mis viajes imaginarios y como diría Fernando Savater, a «La infancia recuperada».
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